Chema Madoz: La mirada onírica de la realidad

A estas alturas de siglo es raro encontrar a alguien que no haya oído hablar nunca del fotógrafo español Chema Madoz o, en su defecto, de haber contemplado alguna de sus fotografías en publicidad, galerías, libros de arte o presentaciones de diapositivas de esas que nos envían por correo electrónico. El porqué de tan inusitada celebridad no se debe, sin duda, a su escasa vida pública sino, quizás, a la fuerza y originalidad que imprime a su obra.

Inspirado en sus inicios por el trabajo de fotógrafos como André Kertész o Duane Michals su estilo creativo bebe de las vanguardias del primer tercio del siglo XX, como el surrealismo o el dadaísmo. Muchos lo emparentan, por la similitud de su trabajo, con la obra del artista Man Ray aunque sus referentes plásticos muy bien pueden estar influidos por Magritte o Duchamp. Sin embargo, su biografía no es muy distinta de cualquier otro fotógrafo.

José María Rodríguez Madoz (Chema Madoz) nace en Madrid en 1958. En 1980 cursa la carrera de Historia del Arte en la universidad Complutense de Madrid al tiempo que estudia fotografía en el Centro de Enseñanza de la Imagen. Es en esta década de los 80, su primera exposición individual llegaría en 1985, cuando abandona un trabajo en un banco que aborrecía y decide dedicarse íntegramente a la fotografía. Ya en 1990, comienza a desarrollar el concepto de objetos, tema constante en su fotografía hasta la fecha.  Desde entonces, su proyección ha ido en aumento consiguiendo en 1991 el Premio Kodak y, más tarde, en el año 2000, el Premio Nacional de Fotografía; además, ha sido el primer fotógrafo español vivo al que el Museo Nacional de Arte Reina Sofía le dedica una retrospectiva ("Objetos 1990-1999").

El mayor atractivo del trabajo de Madoz ha sido conseguir imágenes poderosas a partir de objetos cotidianos que, sometidos a diversas transformaciones, producen un resultado sorprendente. En los comienzos, forzado por la necesidad (disponía tan solo de una Olympus de 35mm con un objetivo de 50mm y un trípode) se propuso trabajar con los mínimos elementos posibles. Se limitaba a fotografiar al objeto abordándolo desde otra perspectiva, pero con el tiempo empezó a realizar diversas transformaciones en éste, acentuando o modificando alguna cualidad, conviertiéndolo así en verdadera escultura. Él tiene claro que se siente fotógrafo; si bien crea esculturas con objetos, sólamente existen éstas para ser fotografiadas. Una vez hecho esto, sus obras dejan de tener entidad por sí mismas y son destruídas o desmontadas quedando la fotografía como mero registro de lo que ha existido.

Dado el alto poder evocador de sus imágenes muchos han querido catalogar sus fotografías como poemas visuales (comparten la brevedad, la creación de imágenes intensas...) puesto que consigue usar un lenguaje propio que desplaza el sentido natural de los conceptos a otro más simbólico usando figuras y tropos   emparentados más con la literatura: analogías, metáforas, paradojas o metonimias visuales para ofrecer al espectador un juego de percepción poética y colaboración activa.



A lo largo de los años, aunque fiel a su estilo, ha ido estilizando más su obra eliminando todo lo accesorio de sus fotografías (el fondo, la contextualización, el color...) dejando al objeto desnudo, cual escultura, y dejando que la narración visual se sustente tan solo en uno o dos puntos de apoyo. Aunque hombre de su tiempo podríamos decir que la obra de Madoz es anacrónica. Desde sus inicios, poco a poco, ha rehuído de las personas en sus composiciones centrándose en el objeto; pero, sin duda, lo que más ha mantenido en su obra ha sido:

  • la fotografía química tradicional
  • y el formato de blanco y negro


Lo primero, declara el propio Madoz, es una cuestión de gustos y preferencias; aunque no rechaza en un futuro las nuevas tecnologías, la película le ofrece una calidad muy particular que no se puede comparar. Se trata de una manera muy distinta de trabajar ya que representan visiones distintas; con lo analógico se establece un vínculo con la realidad que no lo logra la fotografía digital, que es algo totalmente manipulable. Para él, la fotografía analógica sigue teniendo ese carácter de verdad, de notario de la realidad. Habla de matices que se quedan en el camino, como ocurre con otras muchas tecnologías, como la música. Según él la fotografía analógica y la digital deberían coexistir sin que tenga que desaparecer una de ellas ya que aún existe un mercado al que atender; sin embargo, el problema radica en que, todos esos criterios, al final son decisiones empresariales que están a expensas de unos resultados económicos.





El segundo término, el privar a la imagen del color, es algo que ya desde sus orígenes tenía muy claro puesto que era más fácil trabajar en el laboratorio el blanco y negro que el color. Sin embargo, a medida que fue trabajando con los tonos grises se dio cuenta que las fotografías adquirían un aire de intemporalidad; al carecer de color, las imágenes perdían esa pertenencia a la realidad para entrar en un territorio más onírico e imaginario.




Con el tiempo, su obra se ha perfilado y ha conseguido ser un referente a seguir por muchos. Apenas ha variado mucho sus instrumentos de cuando empezó; ahora maneja, a parte de sus propias manos, una Hasselblad de medio formato, varios objetivos, un trípode y una de sus herramientas más útiles: el fotómetro, que le permite jugar con las luces de la manera que desea. Es un artista que se siente sobre todo fotógrafo y que no duda que la fotografía es un Arte con mayúsculas; porque su definición para el arte pasa por considerar a cualquier medio de expresión que esté transmitiendo ideas, conceptos, emociones con un lenguaje propio independientemente de los medios que utilice para ello. Para ello nos sumerge en su partícular universo monocromo a través de su mirada, la misma que nos hace un guiño a través de sus fotografías para descubrirnos que la realidad muy bien puede ser otra, que los sueños a veces están cargados de mayor significado que lo que nuestros ojos pueden ver y en los que la sorpresa, el humor o la emoción desplazan al orden y la lógica por un objeto convertido en símbolo.



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